Acostado en un sofá y mirando al techo en una habitación de un tercer piso del hotel Commodore de Nueva York, Paul Lehrer intentaba relajarse. Pero Lehrer recuerda que «no era la situación más ideal». No se escuchaba una música suave de fondo, no había aromaterapia o luces tenues. Lo que había era mucho ruido. […]
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